¿Cómo entender el autoritarismo económico de Donald Trump?
Resumen
Más allá de los titulares: Esta investigación descifra la ideología detrás del autoritarismo económico de Donald Trump. Estudia de manera minuciosa, con inmediatez cronológica, las disruptivas propuestas proteccionistas y sus tendencias unilaterales.
También rastrea los orígenes ideológicos hasta el artículo de Stephen Miran (2004), incluyendo el implícito Acuerdo de Mar-a-Lago. Establece un paralelismo con el “autoritarismo competitivo” de la ciencia política en el contexto de una democracia en asedio y explora cómo Miran aplica el “Dilema de Triffin”.
Para entender estos hechos es necesario evaluar el estatus teórico (equivocado) y la experiencia histórica (obsoleta) de los aranceles; la concepción maniqueísta de las importaciones; el llamado a una autarquía; el inapropiado rescate de un caduco mercantilismo; la responsabilidad de Estados Unidos en su propio déficit comercial y el papel como “víctima” de sus propias tasas de interés tan bajas. También es preciso advertir que el outsourcing permite el acceso de las corporaciones a mano de obra barata en términos absolutos. En conclusión:
Con la autoridad de Adam Smith, hay países ganadores y perdedores.
Con la autoridad de David Ricardo, todos los países ganan.
Con el autoritarismo de Donald Trump todos los países pierden.
Introducción
No hay poder incondicional, aseveró John Locke en el Segundo Tratado de Gobierno. Si algo caracterizó para siempre la filosofía política de Locke fue haber llevado hasta las últimas consecuencias el concepto, y la necesidad política, de ponerle límites al poder. Es decir, el poder siempre debe estar condicionado.

La vida estadounidense se ha transformado de manera radical desde el comienzo del segundo gobierno de Donald Trump y se está dirigiendo hacia un ilimitado autoritarismo. Los límites al poder se han derogado y el abuso del poder se ha implantado.
El constructo económico, equivalente al constructo político de autoritarismo, es el de unilateralismo. A su vez, el unilateralismo conduce al autoritarismo económico de Trump. Por ello, es necesario examinar las disruptivas proposiciones proteccionistas.
Las decisiones y las acciones de su gobierno han devenido pareceres espontáneos y caprichosos à la “manguera”.
Nacen de la boquilla del autoritarismo y tienen como destino amigos, aliados y rivales. Sin distinción alguna. Son universales. Próximo al envío de señales para reiterar el poder hegemónico, está el uso de chorros y aspersores con los cuales un gobernante autoritario esparce amenazas y arrogancia. Todos los destinatarios resultan empapados. Son víctimas de fontanales universales que tienen de todo, menos de selectivos.

Es la inherente naturaleza de toda aspersión.
Para entender esta intensificación, tenemos que dirigirnos a su génesis intelectual, a su origen y al examen de un aspecto específico: al aspecto económico.
A su vez, para entenderlo, tenemos que estudiar las raíces de las claves ideológicas del autoritarismo económico.
Es difícil reclamar que Donald Trump haya embaucado a alguien con las promesas de la campaña presidencial de 2024.
Ganó con ellas.
Es cierto que Donald Trump no engañó a nadie. Es cierto que pocos puedan decir que no tuvieron la oportunidad de reconocer las tendencias autoritarias de Donald Trump. Sin embargo, su segundo gobierno tomó por sorpresa a muchos, en cuanto a que pocos imaginaron la envergadura de semejantes marcas distintivas de autoritarismo. Y nunca imaginaron que la democracia de Estados Unidos fuera a sufrir tan severa recaída.
El ingreso del país a semejante autoritarismo está mostrando que una democracia tan sólida tampoco es inmune a esta deformación. Estados Unidos cayó en las garras domésticas del suyo propio.
De promesas pasó a augurios y de augurios a hechos reales.
Un augurio fue el perdón presidencial, el 20 de enero de 2025, a 1.500 personas que invadieron el Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021.
Sin embargo, ese presagio se quedó corto ante el compromiso con las promesas.
A estas alturas del gobierno de Donald Trump (agosto de 2025), ya es usual que muchos autores lo estén calificando como un ejemplo paradigmático de autoritarismo con su grave inconveniente: calcificar el tejido de un sistema democrático con la implicación directa de estar anquilosando la oposición democrática.
Los ciudadanos comunes están observando de manera impotente cómo se consolida este cesarismo.
Una forma de medir el autoritarismo es la de la iniciativa Bright Line Watch de la Universidad de Chicago desde 2017. La última encuesta del centro, de abril 2025, publicó los resultados de 760 politólogos (denominados “expertos”) y de una muestra de 2000 estadounidenses (“el público”).
La encuesta mostró que el desempeño de la democracia en Estados Unidos está empeorando. En una escala de cero (menos democrático) a 100 (más democrático), el índice se desplomó a 55 puntos (desde 59 en febrero). Según los datos, el gobierno de Trump ha desafiado las normas constitucionales y democráticas en una amplia gama de aspectos:
- [1] El alcance del poder ejecutivo,
- [2] la autoridad de los tribunales para controlarlo,
- [3] la libertad de expresión individual,
- [4] el debido proceso,
- [5] el habeas corpus,
- [6] la inmigración y
- [7] la libertad académica (Bright Line Watch, 2025, p. 1).
Trump ya comenzó a afrontar decepciones, enemistades e iras y tendrá que enfrentarse a las dificultades que está causando no solamente en la región, sino en el mundo entero. Su autoritarismo ha provocado —y seguirá provocando— reacciones, ajustes, rediseños y, muy importante, profundas reflexiones acerca de nuestras sociedades en América Latina e incluso acerca del concepto mismo de democracia. También implica la consideración de la competencia geopolítica de China.
Como siempre, una madura democracia tiene recursos.
A pesar de que la sentencia en contra de las decisiones arancelarias de Trump por parte del Tribunal Internacional de Comercio del 28 de mayo de 2025 haya sido puesta en espera por la apelación que le siguió, los argumentos de los jueces configuraron lo que todos sabemos: un abuso de poder, una ilegalidad de los aranceles y una emergencia injustificada. La sentencia de la corte fue una clase magistral de teoría política en 49 páginas (United States Court of International Trade, 2025).
También están en espera las acciones jurídicas que la Universidad de Harvard, en nombre de la libertad académica y de expresión, ha emprendido frente a ese abuso. Harvard no capituló. Defendió su autonomía de pensamiento y no sucumbió ante las amenazas y los chantajes de Trump.
Frente al autoritarismo hay esperanzas, pues la democracia tiene méritos.
Esta conducta y estos hechos también han venido interpretándose desde la ciencia política. Como toda teoría, los politólogos Levitsky y Way (2010) los han explicado desde el constructo de “autoritarismo competitivo”.
Si un gobernante llega al poder por vía democrática, comienza a erosionar a los otros poderes que controlan al ejecutivo, impulsa un severo clientelismo en puestos claves de su administración, ataca a los medios de comunicación (propietarios y periodistas), acosa a los centros de pensamiento como las universidades, a las redes académicas y científicas o persigue a las organizaciones no gubernamentales (ONG), entonces estamos hablando de autoritarismo competitivo (competitive authoritarianism).
También se pueden imponer altos costos a los detractores del gobierno.
Un símbolo de los abusos ha sido la persecución y ataques a la profesión jurídica contra el bufete Perkins Coie, WilmerHale y Jenner & Block por haber impugnado y desafiado órdenes ejecutivas de Trump.
Incluso, opiniones más extremas no han dudado en calificar esas prácticas como acompañantes propias de ecos fascistas. Véase la descripción de la profesora (New York University) Ruth Ben-Ghiat en su libro Strongmen: Mussolini to the Present (2020): “Una nación que nunca soportó una dictadura ni una ocupación extranjera ahora tiene experiencia de primera mano del manual autoritario” (2020, p. 255).
Bender y Gold han citado y expandido las ideas de Ben-Ghiat en el New York Times: con Trump, “hay ecos de retórica fascista”, pues “la estrategia general es, obviamente, la de deshumanizar a las personas para que el público no proteste tanto por las cosas que uno quiere hacer” (Ben-Ghiat, citado en Bender y Gold, 2023).
No es casual que el concepto de autoritarismo competitivo se haya venido abriendo paso en la ciencia política, pues puede aplicarse a regímenes tan disímiles como los de Viktor Orbán en Hungría, Vladimir Putin en Rusia, Narendra Modi en India, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragua.
La autocensura, la exacerbación del patriotismo y las andanadas populistas también son indicadores de autoritarismo.
La soberbia también.
Sabemos, por informes del periodista Bob Woodward, que en enero de 2018 Trump expulsó de una reunión en la Oficina Oval a Gary David Cohn, el entonces director del Consejo de Económico Nacional (National Economic Council, 2017-2018) por oponerse a su propuesta arancelaria de Trump a las importaciones de acero y aluminio.
Cohen había sido presidente de Goldman Sachs por más de veinticinco años y Trump lo llamó “globalista” porque Cohen le advirtió que los aranceles son un impuesto a los consumidores y le dijo: “a mí ya no me importa lo que usted piense, Gary” (Itkowitz, 2025).
La periodista, Colby Itkowitz, reaccionó a la primicia y le comentó que lamentablemente, parece que en el 2025 ya no quedan más personas como Cohen en su gabinete.
Ruth Ben-Ghiat ha resumido en una cita la soberbia: “El congresista Adam Schiff lo expresó de otra manera, resumiendo el enfoque del presidente de esta manera: ‘Los gobernadores básicamente le rinden homenaje, lo elogian o sufrirán las consecuencias’” (2020, p. 256). Desde el punto de vista de economía, el autoritarismo se puede expresar por vía del unilateralismo. Es una contrapartida del autoritarismo en ciencia política. Su hermano gemelo.


